La Doña. 1914-2002- Así lo recuerdo…
CDMX. 21 Octubre 2022.
Serían por ahí de las 20:00 horas de ese 24 de diciembre de 1996, mi teléfono sonaba insistente, al responder, la voz que salía del pequeño móvil, agitada me invitaba, pedía y rogaba, todo junto: “Me la dio, me la dio, nos espera a las 09 de la noche hoy en su casa de Polanco, por fin lo he conseguido!!!, Paco, no me falles, sé que es un día difícil, pero no me la puedo perder después de tanto tiempo buscando esta entrevista…”
Sin dudarlo le respondí afirmativamente, aunque quizá no me creyó, por lo que un poco menos agitado volvió a suplicarme que no le fuera a fallar…; mi casa, distante a menos de cinco kilómetros de la cita me daba una hora para alistar mi cámara y llegar al palacio de la entrevistada, que entonces supe se ubicaba frente al Bosque de Chapultepec, del lado del lujoso barrio de Polanco.
En el despejado camino nocturno ese día, recordé que precisamente el tenaz reportero de espectáculos de El Universal, me platicaba que tenía mucho tiempo persiguiéndola para entrevistarla, por lo que cada que coincidíamos en los pasillos de la redacción, su saludo era: “Ya pronto me la dará, yo te aviso, no me vayas a fallar”…; me parecía tan respetable y digno su sueño, que mi respuesta era la misma, “¡claro, me avisas y lo hacemos”!
Ese día había llegado por la noche, teníamos menos de 30 minutos para la plática, todo sucedió muy rápido en medio de un silencio total, ni siquiera roto cuando apareció, muy delgada, con aretes, muchos anillos en sus grandes manos, pulseras y un largo colgijo; mallones, zapatitos bajos, chalina tejida con plumas y pequeños brillantes, toda de negro, y su voz, su voz increíblemente igual a la de sus películas.
Luego del saludo y la orden al fotógrafo: “Maestro, le voy a pedir que no me tome de cerca, todo lo que quiera a partir de medio cuerpo, no me falle por favor”…, con buen agrado acepte; previo a la entrevista pidió jugo para ella y nos invitó café, que nos sirvió un discreto hombre, al parecer en único quien permanecía en la casa, además de nosotros.
La entrevista transcurrió en una sala del lugar que bien podría ser un museo, donde sobresalían los enormes oleos enmarcados de ella, de su marido francés, porcelana, un bello reloj de concha, jarrones, pedestales, lámparas y una infinidad de detalles, una atmosfera muy europea que sin embargo solo parecía tener sentido si ella, María Felix, La Doña, estaba presente.
Antes de concluir el encuentro me obsequió unos cinco minutos posando, nos despidió en la puerta, se dijo agotada; dejamos el lugar, nos acompañaba el silencio, al cruzar avenida Paseo de la Reforma, mi compañero tenía un semblante de inmensa felicidad, no podría ver el mío, pero me sentía muy bien; antes de despedirnos con el típico abrazo navideño, le pregunte porque La doña le había dado la entrevista en esa fecha, me dijo que la diva le había expresado que “ese día tenía tiempo y que coincidia con que ella no creían en la navidad”… reímos y nos despedimos. Seguro él llego feliz a cenar a su casa, como me sucedió a mí.
Por alguna razón desconocida nunca le platiqué a mi compañero que, personalmente desde que había regresado a la ciudad de México, tras permanecer cinco años fuera, había venido madurando tres metas en mi pensamiento, las que una vez cumplidas quizá cerrarían mi ciclo laboral en El Universal; la primera sorpresivamente acababa de cumplirse esa noche; el otro objetivo era retratar al comandante Fidel y la tercera, conocer las Islas Marías… Esta última no se llegó a cumplir en EL Universal, sino hasta nueve años después en Notimex, pero esa noche conocí a La Doña, María Felix, quien dejaría físicamente este mundo en 2002 a los 88 años y cuyos restos partieron del Palacio de Bellas Artes hacía el Panteón francés de la CDMX.