El alma de Justina

El alma de Justina

Por Martha González Díaz.

Eran las 12 de la noche y los rezanderos de Tepemaxalco aún no terminaban su peregrinar por las calles del pueblo. En la noche de las ánimas tenían la encomienda según la costumbre de visitar casa por casa, y cantar plegarias a las almas.

La tradición mandaba que los mayordomos tenían que llamar a las principales rezanderas para que acompañadas por una cuadrilla de lugareños cantara plegarias a los fieles difuntos por toda la comunidad. Los tres grupos de rezanderos salían de la iglesia tomando rumbos diferentes hasta llegar a la capilla del llano dando fin al ritual.

Sin embargo, esta ocasión no se pudo cumplir del todo con la costumbre, porque la principal rezandera; Justina, había muerto inesperadamente, y no había otra mujer que la reemplazara. Así que Francisco, uno de los mayordomos invitó al viejo Adelaido.  Así es que por primera vez, y en contra de la tradición, sería un varón el que encabezara el ritual del día de muertos.

Iniciaba la procesión cuando Francisco que también era campanero daba ánimos al viejo rezandero.

-Ánimo don Adelaido, la madrugada es larga, ya verá que el alma de Justina nos va a ayudar a terminar la rezada.

_Primero Dios Francisco, vamos a cumplir, ojalá se calme esta tos que traigo con el frillazo que está haciendo, pues.

Adelaido era muy viejo, nadie sabía su edad, ni él mismo, y de no ser por la urgencia que se presentó con la muerte de Justina,  no hubiera aceptado nunca. Sabía que ese menester estaba destinado a las mujeres.

Conforme avanzaba la noche se ponía peo, le daban fuertes espasos que sentía ahogarse.

El grupo de rezanderos cantaba con padrenuestro, y un Ave María, las almas descansan de noche y de día… de pronto

-Ándele don Adelaido, camínele, no se nos achicopale, falta poco. Anímese, mire, ya se ven cerquita las luces de la capilla.

Adelaido avanzaba cada vez más lento, el viento helado del llano chicoteaba en su rostro. Con el frío de la madrugada, sus músculos de piernas y brazos se ponían tiesos, a tal grado de no poder dar un paso, la veladora caía de sus manos temblorosas, al tiempo que la tos lo hacía desfallecer. En ese momento Francisco el campanero corrió a detener al viejo rezandero dándole ánimos.

-Ya estoy mejor Francisco, ayúdame con el libro de Justina, que ya mero lo quemo con la veladora y vamos a seguir…

Entonaban el canto para pedir permiso en una casa …  a tus puertas ya llegamos…

Cuando de momento el viejo no pudo más y se desplomó sobre la tierra suelta del camino. El golpe hizo que todos corriera para auxiliarlo.

-Don Adelaido, ¿Qué le pasa? ¡contésteme1 No, nos asuste hombre.

-Francisco, Francisco, cálmate ya no grites. El viejo está bien frío.

-No le hagan ¿Está muerto?…. Fue Justina, fue Justina. Está enojada…¡¡¡

-Calla Francisco, su corazón aún late. Hay que meterlo a una casa.

Entre todos cargaron al viejo hasta la vivienda de Juan y Manuela. Rápidamente lo acomodaron en un petate, le taparon una cobija y Francisco lo empezó a sobar para darle calor.

-No sea malita doña Manuela, regálenos una tacita de té para don Adelaido que ya se nos está enfriando.

Al cabo de unos minutos, el viejo rezandero volvió en sí.

-Francisco, ya me siento mejor, vamos a seguir.

-Ni se le ocurra don Adelaido, otro poquito y se lo lleva la Justina, ya mandamos decir lo que pasó, y usted ya no puede salir al frío. Ahora mejor se queda aquí calientito en la casa de Juan y Manuela hasta que amanezca. Nosotros seguimos con las otras dos rezanderas.

-Piensas en todo Francisco, te voy a hacer caso, vayan con bien.

La cuadrilla se fue cantando; que nos vamos, que nos vamos…

Entre cantos y alabanzas los rezanderos se fueron alejando en la penumbra de la madrugada

Pronto amaneció y las cuadrillas se reunieron en el atrio de la iglesia, de momento llegó Juan a toda prisa, Francisco salió a su encuentro.

-Qué pasó Juanito, cómo amaneció don Juan.

Un gran silencio invadió a todos, Juan agachó la cabeza y habló con gran pesar.

-Don Adelaido murió.

_Fue mi culpa, fue mi culpa, sabía que Justina no nos iba a perdonar, fue mi culpa¡¡¡

-Cálmate Francisco, Adelaido ya estaba enfermo.

Dirigiéndose a una de las rezanderas, Francisco preguntó

-Qué hacernos Benita?

-Ya les dije que tenemos que buscar a la heredera de Justina, porque Ignacia y yo no vamos a poder solitas con la rezada.

-Pues ni modo, mientras aparece la mentada heredera de de Justina, ustedes dos tendrán que rezar solas, y que no se hable más, tenemos que prepara el velorio y el entierro. De Adelaido.

Las dos rezanderas entraron al templo para orar por el Alma de Justina y pedirle que les mostrara quién era su heredera. Después se dirigieron a la casa del difunto, pero se dieron cuenta que el libro de Justina había desaparecido y lo necesitaban encontrar para el velorio.

-Benita.¡¡¡ dónde quedó el libro de Justina, lo necesitamos con urgencia.

-Seguramente Francisco lo tiene, él acompañó todo el tiempo al difunto Adelaido, vamos a buscarlo.

Las dos mujeres se dirigieron a buscar a Francisco, pero al pasar por la casa de Juan y Manuela, justo donde había fallecido Adelaido, escucharon una voz conocida que entonaba un canto melancólico.

Salgan, salgan, salgan, animas de pena que el rosario santo, rompa sus cadenas

-Benita¡ escuchas?

-Es la voz de Justina, Justina está cantando. El alma de Justina anda penando en la casa donde falleció Adelaido…¡¡¡

Mira¡¡ la casa está abierta. ¿Entramos?

Mejor primero tocamos dijo Ignacia.

Después de tocar varias veces sin obtener respuesta, decidieron entrar. A medida que se iban acercando al lugar de donde salían los cantos, más clara era la voz de Justina.

Cruzaron el partió muy despacio, pasaron por el corredor que conducía al adoratorio familiar, y al entrar miraron de espalda a una mujer hincada frente al altar, miraron que en sus manos tenía el libro de Justina. Impresionadas, sintieron desmayarse. Por unos segundos cerraron los ojos, perdiendo de vista a la mujer, después instintivamente volvieron la mirada y gritaron al mismo tiempo ¡JUSTINA! La extraña mujer volteo para mirarlas y su rostro se quedó clavado en sus pupilas. Sorprendidas se dieron cuenta que no era Justina, se trataba de Manuela que entonaba las plegarias igualito que la difunta rezandera.

Ignacia y Benita, se miraron, y a una sola voz dijeron ¡es ella, la elegida ¡

*Cuento basado en las tradiciones del pueblo de San Lucas Tepemajalco municipio de San Antonio la Isla, Estrado de México.

Martha González Díaz

Martha González Díaz

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