Develando
Que tal amigos en este espacio contamos con la colaboración de Norberto Herrera Díaz y Francisco Vázquez Salazar él primer es egresado de la Facultad de Contaduría y Administración de la UNAM además es escritor y trabaja los géneros literarios: poesía, cuento y ensayo, es Originario y vecino de Ciudad Nezahualcóyotl y en este espacio publicaremos algunas de sus obras, el dia de hoy publicamos el poema titulado Develando; por su parte Francisco es miembro del taller Poetas en Construcción de Nezahualcoyotl.
Hace un poco más, que cientos de libros:
cuando ignorante y ciego,
agobiado por la cruda o la borrachera
indeleble y roja.
Por accidente,
o porque tiene que ser así,
o por la experiencia armonizante
de sentirse fragmento impostergable
de la vida. Concebida en un mundo
que se destaza, que humea
deshilachado en el laberinto de los necios
que fingen estar sordos;
un planeta que se pudre todos los días
y todas las noches, pretende resucitar
por el amor menguante de unos pocos;
descubrí (era necesario):
que la biblia
y cientos de libros están al revés,
no precisamente volteados de cabeza,
o para ser leídos en la reflexión del espejo,
sino que, elucubran heridos, anestesiados,
violados ininterrumpidamente,
transfigurados con el pincel
de la mano inicua,
amalgamados en la versión atemorizante
de la lengua sucia, jadeante, cínica;
vendida a precios exorbitantes.
Ácido amargo como la hiel en mi boca
que susurra una gran tribulación
planeada, organizada, y dirigida
como una empresa que rinde
cuentas y utilidades,
carga y abona escándalos suntuosos,
burlas y odios fraternales:
cúmulo de mentiras y temores fragorosos
amalgamados con toda clase de angustias
con que se alimentan las sombras
y las parvadas de codornices siniestras
apostadas en el alambre de la historia.
Norberto Herrera Díaz
NIÑOS DE INVIERNO
Emelia duerme horas de paz
cuando la noche descuelga
el telón con estrellas de fondo.
Se abren las historias del sueño
y, en el metro, pequeños planetas
tiritan de frío y se hacen pan.
Niños que venden su pobreza,
sostienen su cansancio
en el maltrato que les da de comer.
Eran muchos en una noche de invierno,
en la salida de un día de perros
que los arrojará a los cartones.
Uno de ellos, inocente de las prisas,
decidió no vender nada esa noche,
se acomodó para acompañar a un nocturno.
Otra, pequeña como su destino,
abrió su grito, tan agudo,
que despertó nuestra miseria.
Y el último de la noche de febrero,
seguía a su padre por el camino
que los llevará a ser más pobres.
Mi hija duerme las horas de los niños
y nuestros hijos, nadie se salva, trabajan
para dar de comer a la pútrida ciudad.
Los niños del invierno en el metro,
los que ni de sueño se mueren,
dan rostro a la otra parte del milagro.
Las once o las doce son deshoras,
aunque no hay minutos predilectos
para ir, sin mucho, como muriendo.
Francisco Vázquez Salazar