Zas y zas
El domingo llegó el Indio a mi casa, por segunda vez; hace unos 20 días le llamé, vino 8 días después. En el tiempo que tardó en aparecer en mi casa tuve algunos recuerdos: el primero, en mi memoria, fue recordar como en la noche se levantaba de la cama que compartíamos para dormir, cuando tuve comezón en todo el cuerpo, pues me habían salido manchas blancas que daban mucha comezón, yo me rascaba, entonces él se levantó y fue por un frasco con alcohol con el que mojó un trapo, regresó y donde ponía mi mano para rascarme, él ponía la suya y me pasaba el trapito con alcohol; la sensación que ésto producía permitía que pudiera dormir, no recuerdo cuantos días pasaron hasta que desaparecieron las manchitas; otro recuerdo que tengo del Mango –como le decíamos– es cuando en un festejo, no recuerdo si fue por su cumpleaños, Reyes Magos u otro, se compró unos guantes de box “Cleto Reyes”. Para entonces él ya era un consumado jugador de canicas, trompo, tacón y hacedor de papalotes, y ahora de daba por boxear y, ¡claro!, el boxeador necesitaba un esparrin, entonces me puso los guantes bien amarrados y largas eran sus agujetas, él se puso él los suyos y en un ring de tres por tres, y zas, zas y zas y zas, arrematía sobre el cuerpo esquelético del Jaivo –como me decían–. El Mango, de 15 años, contra el Jaivo, de diez; él era el réferi, él tocaba el inicio y final del round, el zas y zas contra el Jaivo, cuántas veces vería las lágrimas en mis ojos, la verdad no sé, lo golpeaba pero él decía: “Así no, así”, y zas y zas contra el Jaivo. Me entrenaba para pelear contra el Santa, Santiago Edmundo, mi vecino dos años mayor que yo. Al poco tiempo, al Mango se le quitó la afición por el box, creo que porque llegó un bombero que hacía pequeños encuentros entre los jóvenes, y ponía ciertas reglas, como peso y tamaño entre los contrincantes. El Mango dejó de ser el Mango cuando me llevó al billar, le dije: ¿Me llevas? Para entonces, tendría como 15 años. Me dijo: ¡Vamos! “Jugó” conmigo esa única vez, yo lo veía como tiraba, y escuchaba lo que me decía para agarrar y tirarle a la bola de billar, terminó el tiempo y se fue con los grandes. En ese tiempo, le dio por aprender pintura, ocasionalmente lo escuchaba hablar con amigos sobre cuestiones de pintura, música y poesía, pero así como el box, pasaron estos gustos.
Llega en estos momentos contar lo siguiente, voy a una fiesta con mi amigo el Papas, y que nos agarran a madrazos, regreso a la casa con alcancía en la cabeza y el Papas con una cortada en la mejilla izquierda. Días después, el Mango me avienta un libro donde tenía mis calificaciones de bachilleres a la mano y me dice: “Puedes acabar muerto como ellos o puedes estudiar”. Hoy la banda está muerta o en la cárcel. El Mango se convirtió en el Kirbyy después en el Indio, allá por el año de 1985. Para el año 1991 hablaba de cosas de indios; una vez, cuando en la noche llegaba a la cocina de la casa, me dijo: “Siéntate”. El estaba con mis hermanos y hermanas y mi madre y se reían. Los zas y zas me habían educado para obedecer, así que me senté, movió sus manos frente a mí, quise cruzar mis pies y agarrarme a la silla, me dijo: No los cruces y pon las manos sobre las piernas. Giró sus manos, en las que tenía un aparatito, estaba la luz prendida y estaba mi familia, solo movía sus manos, y en esa posición tuve un relajamiento; tenía 30 años, joven, guapo y soltero. Sentí y ví. Tragué saliva y me levanté mareado, sin decir nada salí. Pensé: Esto no es para mí. Mi familia y él reían.
Cuando llegó la primera vez a visitarme, un martes, al salir de su carro me vio de reojo, entonces lo llamé porque sentía frío en la espalda y quería que me pusiera ventosas, pero sobre todo quería que Alonso viera a su tío hacer. Le platiqué lo que me pasaba y me tendió en el suelo y empezó a aplicar sus ventosas con ayuda de Alonso; al terminar, platicamos algo, pero no recuerdo que fue.
Este domingo en la tarde regresó a mi casa, 15 días después de las ventosas y después de la primera cuartilla de este cuento que le envié. Me dijo: ¡Ven! En un lugar de la casa prendió carbón y me pidió que le dijera qué me pasaba, hablé y comenté: Cuando terminó mi primer viaje, tomé la decisión de salir de casa, tenía que conocer y hacer otras cosas, tomar decisiones de vida. Al carbón arrojaba unas plantas, no distinguí el aroma, pero sentía que crecía, me dio a beber agua de mar con cebolla morada y me dijo que era un antibiótico natural y que me iba a ayudar con la acidez de mi estómago, que la ciencia… No terminó la frase porque lo interrumpí y le dije que él lo que hacía era un acto de manejo de energía y que él era un indio. Sentía como mi cuerpo seguía creciendo y me convertía en un gigante. Terminó y me dio las cosas y me dijo dándome una bolsita: Es tabaco. Me dio un abrazo y nos despedimos, le dije que él va a vivir hasta los 80 años.
Seguro que por tanto zas y zas que me puso de morrito, terminé como Juan Charrasqueado, no entendiendo razones, pues siempre lo tendré para más zas y zas.