Fidelia Duarte

Fidelia Duarte

Por: MARTHA GONZÁLEZ DÍAZ

Me contaron que cuando alguien va a morir, los perros aúllan en la madrugada, sus ojos brillantes  cambian de color, se ponen rojos como brasas de luminaria en campo santo, la noche de las ánimas, Sus miradas escarlatas atraviesan la oscuridad, se arremolinan, y como cuchillos se lanzan sin encontrar blanco. Buscan inútilmente la sombra de la muerte que sólo olfatean en la bruma. Luego se escucha a un caballo bajar de la barranca por el camino de San Simón. Los cascos hacen estremecer el empedrado con el galope hasta sacar chispas,

El jinete se pierde en la penumbra al final del camino, esa es la señal de que tendremos muertito en El Llano Grande. Amanece despacio, el sol se va poniendo al compás del doblar de las campanas, no calienta. El frío permanece como el dolor. Las puertas de una casa se abren completamente. Un par de manos coloca el moño negro justo a la mitad de la entrada. Todo es silencio, no hay llanto, éste se quedó atrapado en la cruz de cal y arena tendida bajo el cuerpo. Así sucedió cuando Fidelia Duarte quedó dormida para siempre. Yo quería pensar que todo era un sueño, mejor dicho una pesadilla, porque Fidelia tenía que ser eterna, esa era nuestra creencia. Su magia me jaló al mundo cuando la luna blanqueaba sobre la  laguna del Llano, y la noche empezaba a comérsela. En esa inolvidable noche del eclipse lunar, Fidelia impidió que mi boca fuera devorada; amarró al vientre de mi madre un pedacito de copal con manta roja, y así la tuvo durante cuarenta días, por eso nací con los labios parejitos. Sus manos más suaves que los de mi madre nos bañaron a las dos por primera vez en el temascal. Nunca olvidaré la suavidad de sus brazos cuando nos envolvió en una cobija caliente para después acostarnos, a partir de esos momentos no me pude apartar de ella. Siento que a todos en el pueblo nos pasó lo mismo.

Fidelia ayudaba a las mujeres  cuando les tocaba parir. Tenía el poder  de deshijar el Llano de hombres, como a la milpa al empezar a jilotear. Sus manos nos dieron la bienvenida en esta tierra, y también el adiós; porque cuando alguien moría  juntaba a las niñas del pueblo para mandarlas a recoger flores por el camino de San Simón, luego hacía varios ramos y se encaminaba hacia la casa del difunto para colocarlo en sus pies, como protección en su viaje al más allá. Durante el entierro ahí estaba Fidelia, junto al cadáver para guiar el ánima por la vereda en dirección al sol. Ahora Fidelia Duarte no responde, desde la madrugada no se mueve. Las campanas no dejan de doblar. La gente se apresura rumbo a la casa del moño negro llevando maíz, frijol, pan y café de grano. Dicen que ha muerto, si es así; cómo quisiera ponerme lagañas de perro en mis ojos para poder ver su espíritu aunque Dios me castigue. Quiero volver a verte Fidelia Duarte para que cures mi mal. Quiero mirarte llegar al Llano Grande envuelta en tu enredo de lana, con tu faja bordada de soles, y el canasto repleto de yerbas. Por eso voy a buscar el pozo más grande del pueblo para gritar tu nombre tres veces en sus aguas como me enseñaste y así regreses. Voy a invocarte con esta voz que me devolviste. ¿Te acuerdas que estaba tartamuda? Y que tú me regresaste la palabra limpiecita cuando hiciste cantar a una golondrina en mi boca.

Tienes que despertar, hay que preparar la infusión en alcohol con canela, clavo, pasa y ajonjolí para quitar el susto a los niños; los baños de tizana y yerba de colmena para las niñas que ya se hicieron mujeres, y los tés de palma para que las recién paridas tengan leche, y si no es suficiente me tienes que enseñar a sobar sus pechos con yerba de jaría, ruda, estafiate y altamiza. Yo sola no voy a poder hacerlo. Levántate Fidelia Duarte, porque han llegado tres enfermos del Llano; a uno le he rociado agua bendita con una rosa blanca para curarlo de sarampión. A otro le he dado la hoja de hortensia con manteca y yerbabuena para que se la unte en la mejilla, y quitarle el dolor de muela. El más grave tiene tosferina y no sé si podré salvarlo sin tu ayuda. Ya freí los tres pinacates en aceite de almendras para untárselo en la columna pero, hace falta tu bendición. Si no regresas Fidelia Duarte, las brujas van a hacer de las suyas en el Llano; ya las vieron zangolotearse por la barranca en forma de guajolotas. Anoche cuando bajó el jinete, las bolas de fuego rojas y blancas rodaban entre los  árboles. Tenemos que decir a las mujeres que estén listas con las tijeras en cruz bajo la cama para que no se chupen a las criaturas. Hazme caso Fidelia, si lo haces te regalaré mis trenzas, me dijiste que te gustaban, que cuando me crecieran como las tuyas ya no te iba a necesitar, No las quiero, te las doy Fidelia pero regresa. Te prometo cortarme el cabello el 24 de junio junto a todas las niñas para que me crezca bonito y abundante. Me lo voy a lavar con hojas de sauce llorón como te gustaba.

Ya puse a cocer el nixtamal para echar tortillas en la mañanita. Te estaré esperando. Ahorita voy a arrancar el moño negro de tu casa, y después mataré a los perros para que ya no ladren, y la muerte te deje en paz.

Martha González Díaz

Martha González Díaz

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