Joaquín Hernández Galicia, “La Quina”, ex líder petrolero

Joaquín Hernández Galicia, “La Quina”, ex líder petrolero

Escrito por: Francisco Gómez

CDMX. 06 Octubre 2022. Siempre se supo que la caída de La Quina, se debió a su oposición a la privatización de la paraestatal Petróleos Mexicanos, PEMEX, pero sobre todo a su falta de apoyo al entonces candidato presidencial priista Carlos Salinas  de Gortari, en contra de quien el gremio  petrolero declinó votar ese emblemático año 1988, favoreciendo al candidato opositor frentista  Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano.

Siete años después en prisión, visitamos a Joaquín Hernández Galicia,  por lo que a continuación me centraré en contar la entrevista de “La Quina”, no como se publicó días después, sino en lo no publicado, cuando tuve la oportunidad de estar frente ese personaje que aún en la cárcel nunca dejó de ejercer el poder.

Era un soleado día a inicios de febrero de 1996, a las puertas del Reclusorio Oriente, en el anterior Distrito Federal, nos preparábamos el reportero Oscar Hinojosa y un servidor para entrevistar al ex poderoso líder sindical petrolero Joaquín Hernández Galicia, mejor conocido como “La Quina”, quien siete años antes había sido encarcelado por el vengativo ex presidente Carlos Salinas de Gortari.

Como tampoco en otros lados, en México no entra normalmente un fotoperiodista  con cámara a un reclusorio, por lo que fue preciso armar un plan  A y B para lograr las imágenes del personaje;  el plan A consistía  en mostrar mi cartera repleta de dinero proporcionado por mi periódico El Universal, para  intentar sobornar a cuanto custodio se me pusiera enfrente, y me facilitaran ingresar una discreta cámara fotográfica de llavero.

Lo narro así, porque sin problema alguno, a diferencia mía, mi compañero Oscar Hinojosa penetró fácilmente, mientras yo, sin muchas palabras de por medio mostré mi poderosa billetera al primer guardia, quien preguntó entre señas muy discretas preguntó la razón de mi visita, inventándole que “yo iba a visitar a mi padrino Don Joaquín, y que sinceramente, como ya estaba muy viejito, deseaba retratarme con él”.

Como es de suponerse, el guardia no dejaba de mirar los billetes, y titubeante al mismo tiempo observaba también la camarita; repentinamente dijo: “No, esto no puede pasar de ninguna manera, procediendo a depositar mis cosas en un pequeño cajón y pasando a cachear mí cuerpo sin mucho detalle”.

En ese instante entraba en  automático el distractivo plan B que parecía funcionar, y consistía en introducir un cartucho de ocho fotos polaroid incrustado en mi pie derecho, que ya para entonces se me había ampulado,  pero que supongo la adrenalina me impedía sentir dolor en ese momento. La revisión táctil corporal fue muy superficial, y posteriormente con tinta invisible sellaron mi brazo metido dentro de una cajita de madera y me indicaron por donde dirigirme.

Pasada la aduana principal, un auténtico ejército de internos se desmedía en el largo pasillo por llevarme a lo que antes fue un pequeño consultorio médico, habilitado como celda, donde el gobierno había decidido encerrar a La Quina.

En la antesala de la apartada celda había una gran algarabía, risas, platica y música entorno a una enorme cantidad de bisteces aun crudos sobre una pequeña mesa;  por fin estaba frente a La Quina, quien inmediatamente me saludo, y luego de presentarme y darle los saludos que por mi persona le enviaba  un paisano mutuo, José Luis Villagrán, de allá de Ciudad Madero, él los agradeció y luego me preguntó si tenía conmigo el cartucho polaroid, le confirme la pregunta y procedió a llamar a unos de sus muchachos para que sacara una cámara polaroid de tenía debajo de su camastro.

La entrevista se prolongó  unas seis horas,  no tanto por lo que declarara el sempiterno líder, sino porque constantemente debía contestar una cantidad ilimitada de llamadas en su teléfono celular, intensas conferencias donde recibía saludos, daba consejos e instrucciones en medio de muecas de enojo, pero no dejaba de dar órdenes, muchas órdenes.

Cuantas cabezas de ganado quedaban en tal o cual rancho, que si ya habían buscado a tal o cual personaje; que si el ahijado de quien sabe quién se había ido sin dejar rastro, que si pensaban movilizarse o no para presionar a alguien, que apoyaran a fulanito, o que dejaran las cosas como estaban en tal o cual sección petrolera etcétera.

Horas después de iniciada la entrevista formal, un delicioso olor a carnes asada empezó a inundarlo todo, quizá no solo la celda y su exterior, sino el reclusorio todo; La Quina nos invitaba a devorarla , no obstante él se disculpaba de no hacerlo, pues como todo mundo sabía, era vegetariano, lo que se podía constatar con las decenas de bolsitas de té colgadas en cualquier parte de la celda, e incluso mostrándonos un micro huerto exterior, señalando orgulloso “como hasta esa cárcel él había llevado lo que tanta falta hacía a México, producir sus propios alimentos, tal como lo había hecho en su tiempo en todas las secciones petroleras”.

Declinamos comer si él no lo hacía, y se mantuvo firme, por lo que la entrevista siguió, hasta que en determinado momento al quedarme observando la fotografía de una estrellita y joven mujer pegada en la pared, él se percató, pidiéndome muy serio no tomar una foto de ella, aduciendo que eso si le podría traer verdaderos problemas… (con su esposa).

Poco antes de oscurecer uno de sus chicos irrumpió  intempestivamente a la celda, anunciando que el director del penal estaba por entrar, por lo que La Quina me pidió guardar la cámara “para no hacer sentir mal a nadie”; cuando el funcionario entró nos saludó con cortesía, y tratando reiteradamente a La Quina como “jefe”, le dijo que antes de despedirse quería preguntarle si no se le ofrecía algo, a lo que el líder petrolero respondió negativamente, retirándose del lugar el diligente funcionario de origen jalisciense.

Legaba la noche, concluía la entrevista a La Quina en el Reclusorio Sur con su condena moral contra Carlos Salinas de Gortari, su esperanza de salir pronto de prisión y la tristeza y coraje por la traición de su sucesores, entre ellos el profesor  Sebastián Guzmán Cabrera y desde luego Carlos Romero Deschamps,  también la de su aliado Salvador “Chava” Barragán…; me pidió ver las fotografías, me las devolvió, igual que el saludo para José Luis Villagrán.  Nos despedimos y volvimos a cruzar el largo pasillo para recoger nuestras pertenencias, todo estaba en orden, no faltaba un solo peso de mi billetera.

En 2019 se cumplieron 30 años de la detención de La Quina, un férreo, austero y polémico líder sindical, que sometió a seis ex presidentes decidiendo  casi todo lo relacionado entre PEMEX y las 38 secciones del Sindicato Revolucionario de Trabajadores Petroleros de la República Mexicana, SRTPRM, hasta que le inventaron un muerto y le sembraron armas, llevándolo de su casa en Ciudad Madero, Tamaulipas, hacia la hoy Ciudad de México, donde estuvo recluido ocho años, siendo liberado en diciembre de 1997. Murió a los 91 años, en 2013 en lo que fuera su feudo maderense, en el sur tamaulipeco, municipio  donde años después un hijo de su mismo nombre sería alcalde por el izquierdista PRD y luego diputado local pero por el derechista PAN.

Mientras el 16 de octubre de 2019, luego de 26 años de permanecer impuesto y autoimpuesto al frente del STPRM, Carlos Romero Deschamps a su vez renunció a su cargo, sin que hasta finales de este 2022 existan siquiera indicios de fincar responsabilidades a los reiterados excesos de don Carlos Romero Deschamps, como sucedió con La Quina.

Francisco Gomez

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