Memorias de un hombre sin rostro.
Siluetas precarias,2022. Fotografía digital. 27.9 x 43.2 cm.
Costo: $ 800
Pablo Ulises García Martínez
Mi cama cada noche se siente más y más fría que de costumbre, te has marchado apenas hace dos noches y tu aroma se ha escabullido de las sábanas y de cada rincón de esta casa que solías habitar, tú y tus extrañas costumbres, tú y tu suave andar que hacía eco en las paredes delgadas de este pequeño lugar.
Te has marchado amenazado con no regresar y me has dejado solo con mis tribulaciones, con mis prejuicios, con mis inseguridades y tal vez por ello es por lo que te has marchado, cansada de mí, cansada de nosotros.
He de confesar que después de tu partida no he encontrado nada más que me haga levantarme por la mañana sufro en silencio sin salir de casa, y al mismo tiempo quisiera salir y gritar que me haces falta, que te necesito, que tu voz es la música que alegra mis oídos, que tu mirada es la única que se ha adentrado en mi existir y que tu tacto es aquel que me satisface.
He recorrido cientos de veces en estos días toda la casa, todos sus rincones con la esperanza de encontrar algo elemental que te haga regresar o al menos que te haga extrañar cualquier objeto, pero lo único que he hallado son mis recuerdos apilados por todas partes; aquellos apasionados besos en el pequeño sillón de la vieja sala, el olor de tus guisos que se cernía por todo el comedor, el sonido de la máquina de escribir cuando escribías tus cuentos; pero la que más me hace recordarte y la que más te extraña es mi piel que me exige tus cálidos abrazos, tus tiernas caricias recorriendo mis manos, tus dedos deslizándose por mi cabello y tus labios encontrándose con los míos.
Pero aquellos recuerdos no alcanzan y se asemejan muy poco a lo que es la realidad, pues se van diluyendo poco a poco y con el tiempo los detalles se han esfumado, pero me esfuerzo para que tu existir se quede un poco más conmigo, me esfuerzo por encubrir tu ausencia al menos dentro de mi cabeza.
No como y no bebo desde no sé cuánto tiempo, pero ello no representa el mayor problema que exige mi cuerpo, lo que más me hace falta eres tú, es tu sola presencia que me impide dejar esta casa que es lo único nuestro que me queda. Esta casa en donde alimentamos furtivamente nuestras pasiones, la casa que construimos con la ilusión del amor desbordada en nuestros cálidos corazones.
El tiempo pasa y mi cabeza da miles de vueltas con constantes interrogantes, me pregunto por ejemplo ¿en qué momento dejaste de amarme? ¿Cuándo pensaste en marcharte? ¿Sí has encontrado a alguien a quien amar? Han pasado pocos días, pero el pesar me hace sentir como si fueran años, es cierto que nadie muere de amor, pero la muerte en estos momentos sería el dulce bálsamo que me curara de tu ausencia. La muerte es una solución bastante radical, poco ortodoxa sí quieres, pero aun así siento como mi alma se escapa de este mundo terrenal, en que la única coincidencia fue el amor que nos prodigamos.
Todos esos pensamientos han minado poco a poco mi estado mental, tanto así que hoy por la mañana juraría haber escuchado pasos en la cocina y el ulular de la cafetera, he bajado de inmediato, pero como pensé en un principio, no había nadie, solo la soledad que proyectaban todos aquellos cachivaches apilados en el fregadero. La otra tarde también he escuchado voces, al principio era un pequeño murmullo inteligible que se iba transformando en un llanto creciente, pero, así como aquel ruido llegó así cesó.
Tengo miedo de estar volviéndome loco, la llave del fregadero se abre y se cierra constantemente sin intervención alguna, incluso la regadera expulsa agua caliente aun cuando no hay gas que la caliente, los objetos cambian de lugar y no recuerdo ser yo quien los moviese, me vuelve loco la vida y tu ausencia, pareciera que alguien más estuviera en casa cuando se perfectamente que me encuentro solo, pero esa presencia por increíble que parezca se parece tanto a ti, que incluso puedo sentir tu aroma llenar de nuevo nuestro pequeño terruño, a veces incluso casi siento tu respiración.
Día a día me convenzo más de que hay alguien viviendo junto conmigo, algo así como un fantasma travieso que disfruta con mi sufrimiento y juega con mi mente, un fantasma que sabe todo sobre mí y me atormenta con sus crueles juegos.
El único escape que aún me queda de este terrible letargo al que me enfrento todo el tiempo, es el dulce devenir del sueño, que me vence en algún momento de la noche y gracias al cual puedo escapar al mundo de los sueños, en el que placer onírico del sueño, vence a mis peores temores sumergiéndome en realidades que se diluyen con la llegada del Sol, uno de estos sueños fue el más maravilloso de todos, habías regresado y dormías a mi lado, podía sentir tu aliento chocar con el mío y tu presencia encendía todos mis sentidos, el sueño terminó pronto para desgracia mía. Pero cuando desperté estabas ahí a mi lado tal y como en el sueño, entonces comprendí que aquel no había sido un sueño, sino que en la noche habías entrado en casa, te deslizaste entre las sombras y sin que me diera cuenta te acostaste junto a mí.
Y así transcurrió la noche, con mi mirada embelesada pérdida en tu figura y a pesar de que un impulso me recorría y me llevaba a querer abrazarte, me contuve y me concentré en ese momento, para que nunca más desapareciera de mi cabeza, me esforcé en congelar esa imagen para no perderla nunca el resto de lo que quede de mi existencia.
No supe en qué momento te levantaste a hacer tus quehaceres, te lavaste los dientes, te serviste café como cada mañana desde hace años, te sentaste en el lugar de siempre en el comedor y sin avisar comenzaste a llorar, me culpé por esas lágrimas y corrí a reconfortarte, pero por más esfuerzos que hice no pude abrazarte, mis brazos se perdían en el aire y mis palabras de consuelo se esfumaban sin hacer ruido alguno. Me sentía como la lluvia en Venus, que cae constantemente, pero jamás llega a tocar la superficie, y tú eras la Tierra el planeta más cercano pero que giraba en una órbita ajena que solo me permitía mirarte a lo lejos y que impedía una colisión o por lo menos un acercamiento con el que alzara mi brazo y pudiera tocarte.
Todo mi cuerpo había perdido su consistencia, no tenía hambre porque el apetito del cuerpo me faltaba, no podía salir porque no había pies que tocaran el piso de la entrada, en el lugar de mi cuerpo se cernía el total y absoluto vacío del mundo terrenal.
Las inquietudes pasadas de mi cuerpo, habían dejado de lado su intensidad y se habían sumido en él letargo, todo este tiempo lo que sentí no era sino la nostalgia de la vida pasada, o más bien de la vida.
Fue entonces que comprendí que tu jamás te habías ido, fui yo el que aquella mañana después de discutir por algo insignificante salí a la calle molesto lleno de rabia cruce la ciudad y me dedique a vagar toda la tarde, fui yo el que como siempre se había marchado evitando los problemas, y fui yo que con mi imprudencia característica conducía a exceso de velocidad hasta mi muerte que yacía esperándome.
Yo me había marchado y apenas lo notaba, yo era el ausente desde tiempo atrás, no supe amarte en vida y aun en la muerte quería otra oportunidad de tan solo un soplo de tus pensamientos, pero era tarde ya, el viento frío se llevó todo aquel momento conmigo extrañándote desde quien sabe que sitio del universo y tu ahí esperándome como siempre con tu ternura de madre que lo perdona todo incluso la muerte.
fotografías: de Misael Fiesco
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