Una Más…
por Martha González Diaz
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No me gusta la oscuridad y aquí no puedo mirar nada. Todo se ha borrado; el tiempo, las sombras, los pasos, las voces, la lluvia, hasta la noche se tuvo que esconder para no ver el espanto. Mis manos tocan algo que parece ser mi rostro, pero no estoy segura de que lo sea, mi cara tenía ojos y este puño de carne pegajosa no los tiene.
No me gusta el frio y aquí hace mucho, los huesos me crujen como una maquina oxidada, igualito que truenan las del taller de Anselmo; ¡pobre hombre! no se quiere ir de la fábrica, aunque le paguen una miseria, dice que no se irá hasta que vuelva a ver a la Betina su hija, dice que está seguro de que volverá a la maquila un día de estos, porque no conoce otro lugar, dice que quiere estar aquí el día que regrese para abrazarla antes que nadie, para decirle que la ama, que no pudo salir a buscarla porque está viejo, porque habla quedito y nadie lo escucha, porque el agua dulce de sus ojos se acabó de tantos meses de llamarla.
Como quisiera que me abrazaran en estos mementos, estoy helada.
Maldito viejo, el Rosendo ese, yo no sé porque le hice caso, me dijo que me pagaría horas extras si me quedaba en la noche. Con lo poco que nos pagan en la maquila, quién no va a querer un poco más de pisto. Puerco infeliz, no se conformó con abusar de mí, no se hartó con mis gritos de dolor, con mis ojos a punto de estallar en su propio cuerpo, no le bastó con ver mis lágrimas rojas escurrir por mis piernas, no le fue suficiente desgarrarme el vientre en medio de la ausencia del mundo.
Desde aquí escucho al miserable hablarles bonito a las morritas que van llegando a la maquila por primera vez; cómo decirles que no le hagan caso, que es un maldito mentiroso, que es una bestia en busca de cuerpos tiernos para desnudar sus miserias, cómo gritarles que se larguen ahora que pueden, que corran a todo lo que dan ahora que aún tiene con qué hacerlo, que no esperen que les roben el aliento que las metan bajo esta loza, justo debajo de donde ahora están.
Váyanse todas antes que caiga la noche de las infelices, la noche de las mujeres sin rostro, díganle a Anselmo que también se marche poque Betina no regresará nunca. Ella está entre nosotras las de la voz, las de la fosa bajo la maquila, la voz de los silencios. Somos muchas y estamos solas, las sin manos y sin piernas, las sin sangre y sin corazón, las de los huesos quebrados, las que esperan entre callejones sórdidos y basureros inmundos.
Aquí estamos como testigos del horror, me pueden llamar Flor, Leticia, Margarita o Camila, da lo mismo, a veces habla Betina que le dejaron un cachito de boca, en ocasiones Diana grita entre las sombras, aunque nadie la escuche, hoy le arrebaté la palabra a Carmen que es muy callada, pero llegó la nueva que no paraba de llorar, ella es una más.